Selena caminaba por el oscuro pasillo destilando esa aura de seguridad y control que le caracterizaba, embutida en el azul uniforme –un mono de una pieza, en realidad– que disimulaba sin ocultar su escultural anatomía color caoba. Con la porra colgando del cinturón y la linterna en la mano realizaba su habitual ronda nocturna por las silenciosas dependencias del instituto cuando algo le hizo detenerse. Tensó sus músculos y agudizó sus sentidos. ¡Ahí estaba de nuevo! Un ruido extraño. Avanzó enarbolando la linterna y enfocando sus oscuros ojos en el halo de luz.
Le localizó junto a las taquillas de los alumnos. El cabrón había forzado varias de ellas y ahora se divertía pintando grafitis. En cuanto intuyó que alguien se acercaba salió disparado en dirección contraria.
–¡Eh tú! ¡Alto ahí!
El chico era rápido, pero Selena se hallaba en plena forma. No en vano entrenaba su cuerpo a diario. Le persiguió por medio edificio hasta lograr atraparle en la zona deportiva. El chico intentó resistirse pero una par de golpes certeros le dejaron impotente en el suelo. Físicamente no era rival para ella. Le quitó la gorra de un manotazo.
–¡Debí imaginarlo! El macarrilla del instituto. Te llaman… el “Charly”, ¿verdad?
–¡Vete a la mierda, zorra!
Le cruzó la cara de un revés.
–Siempre causando problemas, ¿eh? Ya tenía ganas yo de pillarte. Ha llegado la hora de que alguien te meta en vereda.
Le agarró como un fardo y le arrastró sin miramientos hasta los vestuarios. Charly mantuvo su pose desafiante pero comprendió que no tenía nada que hacer contra aquella tía que le sacaba una cabeza de altura; y además sabía golpear. Sacó las esposas y le inmovilizó a una cañería.
–¡No te tengo ningún miedo, guarra! Soy un alumno. No me puedes tratar así. Tengo mis derechos. ¡Voy a hacer que te despidan por esto! ¡A la puta calle te vas a ir!
–No me digas. Qué hombretón eres. Veamos si sigues siendo tan gallito cuando acabe contigo.
Algo en la mirada de Selena –y aquel tono de voz– hicieron que un primer temor se despertara en Charly. ¿De qué iba aquella tipa? Pese a todo, el hecho de verse a meced de aquel pibón le ponía cachondo. Porque había que admitir que la tía estaba que crujía. Tenía un culazo; y un par de peras que parecían querer reventarle la pechera de ese uniforme que le otorgaba un morbo tan sugerente.
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